
En medio de las atrocidades sufridas durante las violaciones grupales en su infancia, Rosario aún recuerda vívidamente a uno de los sacerdotes que la sujetaba de los brazos y dirigía a los demás abusadores con desprecio, instándolos a esforzarse con ella, a quien llamaba "pecadora". Otro sacerdote la desafiaba a usar la fuerza para apartarlo, mientras que otro agradecía a Satanás por permitirle satisfacer sus oscuros deseos. Incluso en el confesionario, un cuarto sacerdote abusaba de ella sin piedad.